Inés de Moratalla

Minaya, Albacete, c. 1490 - ¿?

No hubo remedio. Francisco de Goya. Museo del Prado

No hubo remedio. Francisco de Goya. Museo del Prado

Inés de Moratalla

El destacado papel alcanzado por la mujer en tiempos de las Comunidades, no se redujo al protagonismo disfrutado por las damas de la familia real y su corte o al conseguido por algunas de las pocas burguesas que accedieron a la educación, gracias a los años en los que los ideales humanistas primaron en ciertos ámbitos. También hay ejemplos populares que merecen darse a conocer, por lo que muestran para entender un mundo marcado por la religión y las imposiciones, que lo condicionaban todo.

Un caso evidente de las situaciones entonces ocurridas la tenemos en las vivencias sufridas por Inés de Moratalla. Sabemos muy pocos datos de su vida, tan sólo que era natural de Minaya y que en 1516 se trasladó a El Provencio con el fin de librarse de la posesión diabólica que sufría, producida por la mordedura de un perro. Los hechos entonces ocurridos reflejan una religiosidad popular atávica, más apegada a lo sobrenatural que a las vías sacramentales que impondría el Concilio de Trento, favorecida por la existencia de un clero rural de escasa formación.

Era el caso de Garci Sánchez, teniente cura de la parroquia de esa población albaceteña, que tenía cierto reconocimiento como conjurador de demonios y una peculiar fama adquirida por la escasa observancia mostrada en el cuidado del celibato eclesiástico. En este particular caso, sus manejos trataron de demostrar que Inés estaba efectivamente poseída, pero por un ángel, y merecía por ello la adoración de sus vecinos. También, la donación de todo tipo de comida, ropas, dineros y joyas, con la peculiar afirmación de que cualquier esfuerzo de este tipo que realizaran, tenía el mismo valor que si lo ofrecían a la Virgen de Guadalupe.

La farsa fue creída por todos y produjo importantes efectos económicos durante algún tiempo. Sin embargo, ante tanto embuste la Inquisición actuó pronto. Una vez iniciado el proceso, Garci Sánchez culpó a Inés de todo, pero el tribunal no creyó sus acusaciones al considerar a la inculpada “como persona simple e mujer de poco saber”. Su pena quedó por ello reducida a salir con coroza y vela en un auto de fe celebrado en 1517 en la población de San Clemente, a abjurar públicamente de sus errores y a recibir cien azotes.

Con la condena se quiso castigar un comportamiento surgido en un ambiente popular dominado por una evidente picaresca pero, también, el peligro que empezaba a rastrearse en algunas de las tradiciones religiosas más sentidas, en las que todo lo milagroso era posible. En ellas era frecuente un nuevo e indeseado protagonismo femenino, que aparecía como resultado de la acción divina y no debía presentarse como tal.

Exposición realizada con motivo del V Centenario del Levantamiento de las Comunidades de Castilla

Organizada por las Cortes de Castilla-La Mancha con la colaboración de la Real Fundación de Toledo

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