Juana I de Castilla

Toledo, 1479 – Tordesillas, Valladolid, 1555

Retrato de Teresa Enríquez despojándose de sus riquezas. Anónimo. Monasterio de la Inmaculada Concepción (Torrijos. Toledo)

Juana la Loca. Seguidor de Juan de Pantoja de la Cruz. Museo Nacional del Prado

Juana I de Castilla

Nació en Toledo y fue la tercera hija de los Reyes Católicos. Su llegada al trono se produjo de manera inesperada, por la sucesiva muerte de sus dos hermanos mayores y del hijo de una de ellas, en un momento en el que ya contaba con un pensamiento propio y un modelo de vida algo alejado del practicado en la corte.

Su formación tuvo lugar en el grupo de damas instituido por la reina Isabel que partía de los ideales humanistas, en los que la educación de la mujer adquiría sentido. A ello se debe que Juana recibiera una sólida formación y que dominara lenguas como el latín, que utilizó para profundizar en sus lecturas y en las relaciones internacionales de los reinos en los que llegó a gobernar. También, que se interesara por la música hasta el punto de crear su propia capilla en clara relación con lo realizado por otras damas del grupo con el que se educó.

Las fuentes conservadas hacen referencia al particular carácter de Juana, a veces opuesto al de su madre Isabel, que fue aprovechado por su padre Fernando y luego por su hijo Carlos, para generar en torno a su figura una evidente leyenda de locura, destinada a permitirles gobernar en su nombre. Es el origen del sobrenombre de “loca” con el que su figura llega a nuestros días, que fue especialmente potenciado en el romanticismo que lo convirtió en una “locura de amor”, tan del gusto de aquel tiempo.

Sin embargo, las nuevas lecturas históricas realizadas muestran que las acusaciones de trastornos fueron maniobras interesadas de los miembros masculinos de su propia familia. Entre los argumentos más utilizados para procurar su aislamiento destacaron las referencias a su escaso celo religioso que, en realidad, muestran que Juana fue partidaria de un modelo moderno y diferente de vivir la religión, marcado por la espiritualidad y el contacto directo con la divinidad, en claro contraste con la habitual pompa pública de la corte y su legión de confesores y consejeros.

Su papel en las Comunidades de Castilla fue fundamental al representar la legitimidad del trono que quería disfrutar su hijo Carlos. A ello se debe que los jefes comuneros se dirigieran rápidamente a Tordesillas, su lugar de residencia, para tratar de obtener su aprobación y cambiar su papel de rebeldes por el de dignos defensores de los intereses de la verdadera monarca.

La gestión de las presiones recibidas en el conflicto por unos y otros, muestra su plena capacidad de gobierno, siempre destinado a la defensa de la herencia dinástica de la familia. Un proyecto heredado de su madre Isabel que Juana cumplió a la perfección a costa de su libertad.

Exposición realizada con motivo del V Centenario del Levantamiento de las Comunidades de Castilla

Organizada por las Cortes de Castilla-La Mancha con la colaboración de la Real Fundación de Toledo

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