Castilla-La Mancha 2022-2023
El estudio de las Comunidades de Castilla (1520-1522) sorprende por la existencia de unas mujeres excepcionales. Figuras como Isabel I, Juana I, Teresa Enríquez o María Pacheco, aparecen ante nosotros como ejemplo de un tiempo especial, en el que algunos personajes femeninos lograron un protagonismo social, político e incluso militar, inesperado.
Hasta entonces, la tradición medieval reducía el papel de la mujer al cuidado del hogar tras negar su capacidad intelectual. Esta visión tan atávica empezó a ser cuestionada por dos colectivos diferentes. En primer lugar, por las gentes vinculadas con el humanismo desarrollado en el siglo XV, que alimentaron el debate conocido como Querella de las mujeres. En él participaron algunos de los miembros más destacados de aquella sociedad, que procuraron sacar provecho del potencial humano sin reparar en géneros. Su ideal fue transformar el mundo a partir de una educación igualitaria, como base imprescindible para crear una sociedad mejor.
El inicio de esta línea reivindicadora la encontramos en la obra titulada La ciudad de las damas, escrita por Christine de Pizan entre los años 1404 y 1405. En Castilla, las primeras repercusiones del movimiento se produjeron como respuesta a la publicación de la obra El Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo, en la que todavía se ofrecía una pobre y peyorativa visión de la mujer. Los responsables de fomentar el nuevo ideal fueron un grupo de intelectuales vinculados a la corte del monarca Juan II y en especial a la reina María de Aragón. En ese entorno cortesano fue en el que vieron la luz obras como El triunfo de las donas (1444) de Juan Rodríguez del Padrón, el Tratado en defensa de virtuosas mujeres (1445) de Diego de Valera o el Libro de claras y virtuosas mujeres (1446) del condestable Álvaro de Luna.
Sus postulados permitieron la aparición de un arquetipo de mujer diferente, aunque exclusivamente cortesano, que abrió la puerta a la formación de las damas pertenecientes a las grandes familias del reino.
Junto a esta vía humanista, hubo una segunda, más popular, relacionada con una nueva manera de vivir la religión, que tiene su origen en el auge de las órdenes mendicantes ocurrido en el siglo XIII. En ellas se planteó una religiosidad más personal que, en sus casos más extremos, llegó a cuestionar la jerarquía eclesiástica y la exclusividad masculina en la mediación ante Dios. Sus postulados permiten entender el auge de algunas comunidades y beaterios en los que las mujeres se consideraron libres.
El resultado de ambos procesos fue una realidad poco conocida, que encontró una mínima oportunidad en un tiempo en que lo antiguo, lo medieval, estaba muriendo y lo nuevo, lo moderno, no acababa de nacer. En este ambiente tan convulso y especial, destacó la figura de Isabel I de Castilla que fue una excepción en el panorama político de su tiempo. Ella fue la responsable de aglutinar en su entorno a un grupo de mujeres empeñadas en reivindicar, tanto su autonomía personal, como su capacidad intelectual y de gestión. A su estela debemos el protagonismo alcanzado por las mujeres en la revuelta comunera, en un mundo abierto a nuevas posibilidades que, por desgracia, duró poco.
Organizada por las Cortes de Castilla-La Mancha con la colaboración de la Real Fundación de Toledo